Información personal

Editado por: Claudia Gutiérrez Zambrano
correo: gtzclaudiam@gmail.com
blog personal: http://claudia-trabajo-claudia.blogspot.com/



miércoles, 8 de diciembre de 2010

  Los niños no saben lo suficiente como
para dejar de hacer preguntas importantes.
   Pero hay algo más: hemos visto a muchos adultos que se enfadan cuando un niño les plantea preguntas científicas. ¿Por qué la luna es redonda?, preguntan los niños. ¿Por qué la hierba es verde? ¿Qué es un sueño? ¿Por qué tenemos dedos en los pies?. Demasiados padres y maestros contestamos con irritación, o pasamos rápidamente a otra cosa: <<¿Cómo querías que fuera la luna, cuadrada?>>. Los niños reconocen enseguida que, por alguna razón, este tipo de preguntas enoja a los adultos simulamos saberlo todo ante un niño de sólo seis años. ¿Qué tiene de malo admitir que no sabemos algo? ¿Es tan frágil nuestro orgullo?.
   Hay mejores respuestas que decirle al niño que hacer preguntas profundas. Si tenemos la idea de la respuesta, podemos intentar explicarla. Aunque el intento sea incompleto, sirve como reafirmación e infunde ánimo. Si no tenemos ni idea de la respuesta, podemos ir a la enciclopedia. O podríamos decir: <<No sé la respuesta. Quizá no la sepa nadie. A los mejor, cuando seas mayor, lo descubrirás tú.>>
   Hay preguntas ingenuas, preguntas tediosas, preguntas mal formuladas, preguntas planteadas con una inadecuada autocrítica. Pero toda pregunta es un clamor por entender el mundo. No hay preguntas estúpidas.
   Los niños listos que tienen curiosidad son un recurso nacional y mundial. Se les debe cuidad, mimar y animar. Pero no basta con el mero ánimo. También se les debe dar las herramientas esenciales para pensar.